"Conocí a El Duque una tarde lluviosa del 2011, durante el transcurso del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. En esa época iba siempre con la cámara en la mano, esperando que alguna historia me sorprenda. Una sucesión de acontecimientos se presentaron cuando caminaba cerca del mar. Primero un hombre, que solitario se había acercado a contemplar el mar. Luego el hombre se fue. Ahí, en ese momento, apareció El Duque con su paso agraciado y se acercó a la inmensidad del mar. Su concentración e insistencia en mirar el mar me llamó la atención. ¿Esperaba a alguien?
Sentí una empatía inmediata, y luego de hacerle unas caricias, decidí comenzar a filmarlo con mi cámara de fotos. Había algo en su mirada, una melancolía particular. Casi sin darnos cuenta, entramos en una danza en la cual yo registraba cada uno de sus pasos y él, en común acuerdo, hacia lo suyo. Gracias a eso pude captar ese momento en el cual una ola más grande llegó y El Duque, emocionado, saltó a jugar con el agua.
Eso es lo que quería, jugar con el mar y las olas.
Pero fue solo una ola la que rompió fuerte y El Duque se quedó esperando y esperando hasta que se cansó y salió hacia la ciudad.
Entre toma y toma aprovechaba para jugar un poco y darle una palmada en el cuello.
Pensaba "qué fuerte conexión, qué ganas de llevármelo a casa"…
Muchas veces la gente me pregunta: - ¿No te dieron ganas de llevártelo? - Si, claro -les contestó- pero él pertenece al mar, nunca podría sacarlo de ahí…
Ese último plano fue la última vez que lo vi, alejándose...
Es al día de hoy que lo sigo extrañando.
Volví varias veces a Mar del Plata, pero nunca lo encontré. Este pequeño corto es una suerte de conexión entre su alma y la mía.
El Duque, metáfora extraña entre las olas del mar y la espera, como las oportunidades que se presentan, se escapan y no vuelven.".
Pablo Guallar
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