... y sí: verdaderamente esta experiencia para mí implica salir de la zona de confort y entrar en una continua zona de aprendizaje, por esto les agradezco mucho...
Te envío la devolución del taller del 16/12, que expresa una vez más, todo lo que voy vivenciando durante los encuentros.
Además te envío el poema que escribí a partir de la consigna sobre los abuelos.
Cada participación en este espacio, me deja siempre un enorme aprendizaje, que me atraviesa en las diversas áreas de mi vida.
Aprendo de poesía (conozco nuevos autores, estilos, formas), me enriquezco siendo parte de las producciones de mis compañeras (el modo único e irrepetible que cada una tiene apropiarse de esta maravilloso lenguaje que es el arte), me pienso en mis producciones (en mi estilo, las palabras que acontecen, las imágenes que se desprenden), me alimento de las devoluciones de Daniel (las miradas, los silencios, los señalamientos, pero por sobre todo, la contención y el cuidado que ofrece al grupo) y reanimo en cada encuentro este sentimiento que me anida desde hace años, que el arte hace que la vida valga la pena, pese a todo y por sobre todo, es un don maravilloso que nos permite trascender y ser libres.
María Marta Graña
El rostro sin tiempo
Te recuerdo,
Anidado en la memoria,
En la reminiscencia tardía
De un olvido, poco olvidado.
Un susurro materno,
Te ha nombrado,
Dibujándote con su sonrisa,
Te ha arrebatado de la muerte,
para renacer en la palabra.
Una vez te soñé dormida,
Develando con mis ojos,
Tu rostro sin tiempo.
En un instante sentí,
tu andar de barro,
tus pies callosos,
tu piel curtida.
Sentí tu voz como rama herida,
Desojando el pasado,
mutando la nostalgia,
en relato y memoria.
Me desplomé,
Cayendo dormida,
En un súbito abrazo,
Que me desangró la herida.
Abuelo mío,
Tu historia me atraviesa
Y me nombra.
María Marta Graña
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